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Good Bye Lenin

de Wolfgang Becker

Estreno 07/11/2003

Extras

  • Biofilmografía del director
    Wolfgang Becker nació en 1945 en Hemer, Renania del Norte- Westfalia. Después de terminar los estudios secundarios, estudió Alemán e Historia y Literatura Americana en la Universidad Libre de Berlín y, a continuación, se matriculó en la Academia Alemana de Cine y Televisión (dffb). La primera vez que consiguió llamar la atención fue con su película de graduación SCHMETTERLINGE. Esta adaptación del relato breve del escritor británico Ian MacEwan le valió el Premio a la Mejor Película Estudiantil (Oscar a la mejor película estudiantil) en Hollywood, el Leopardo Dorado y el premio del Festival de Cine de Locarno, así como el Premio Saarland Premier del Festival Max Ophüls en 1988.

    Después de dirigir un episodio (BLUTWURSTWALZER) de la serie TATORT en 1991, que fue muy alabado, Wolfgang Becker dirigió la laureada película de televisión KINDERSPIELE, que después se distribuyó en salas de cine.

    La primera película que Becker dirigió para X FILME CREATIVE POOL GmbH, de la que es cofundador, fue DAS LEBEN IST EINE BAUSTELLE (La vida en obras), distribuida también por Wanda Visión con la que ganó el Premio Pilar Miró al Mejor Nuevo Director en EL FESTIVAL DE VALLADOLID, 1997, con Jürgen Vogel y Christiana Paul como protagonistas.
  • Comentarios del director
    UN CAPÍTULO IMPORTANTE DE LA HISTORIA DE ALEMANIA
    Me fascinaba la idea de un hijo que intenta salvar la vida de su madre, que intenta mantener a raya a la muerte con una mentira sobre una Alemania Oriental que ya no existe en la que quiere que su madre crea. Poco a poco él mismo se va enredando en esa mentira. Esto es algo universal y puede aislarse de ese período específico del pasado que narra la historia de Alemania Oriental, la caída del Muro de Berlín y la reunificación. Me apasionaba la perspectiva de combinar ambos aspectos y tratar un capítulo tan importante de la historia de Alemania, o al menos introducirlo como telón de fondo. Eso es lo que hace que este tema sea tan maravilloso. Es una parte de la historia de Alemania que se cuenta de forma incidental, no en primer plano.

    ACTOR DANIEL BRÜHL
    Mi objetivo era que los espectadores creyeran en el personaje de Daniel Brühl, en que es capaz de montar toda esta farsa sin haber analizado bien las cosas de antemano. Y Daniel lo interpreta a las mil maravillas porque es un actor muy pasional. No dudé ni por un segundo de él ni de por qué hace todo esto por su madre. Logra que sea tan interesante que en el preciso momento en el que podría tomar decisiones concretas que le harían avanzar en su propia vida – acaba de enamorarse, se le presentan muchas opciones entre las que elegir, todo ha cambiado, es un maravilloso verano de cambios – de repente decide seguir otro camino, hacia atrás, para reconstruir lo que todo el mundo está encantado con dejar atrás. Daniel aporta la calidez y la emotividad que corresponden a su papel, consiguiendo que te olvides inmediatamente de por qué hace todo esto por su madre.

    ACTRIZ KATRIN SASS
    Cuando pienso en Katrin Sass (que interpreta a la madre de Alex) inmediatamente me viene a la mente su naturalidad a la hora de comportarse y de hablar, su manera de utilizar sólo unos cuantos recursos y no rozar ni siquiera la exageración. En mi opinión, una película siempre se ve en el cine a través de los ojos. Y sus ojos son simplemente perfectos y eso es algo que no ocurre muy a menudo.

    SOBRE EL PERSONAJE DE LA MADRE
    Yo no la definiría como una socialista radical, sino como una madre que sufre el típico síndrome de ayudar a los demás, que también existe en regímenes no socialistas. No presenta ningún rasgo típico de los antiguos alemanes del Este, es tan sólo una mujer que disfruta enormemente ayudando a los demás y que incluso siente la obligación de hacerlo. Así que simplemente lo hace. Es una mujer que vive en un país en el que no hay otra alternativa, no puede ir a ningún otro sitio.

    UN ENFOQUE DE LA ALEMANIA OCCIDENTAL SOBRE UN TEMA DE LA ALEMANIA ORIENTAL
    Me crié en el Este pero hace ya muchos años que vivo en Berlín. Por supuesto, conocí la Alemania Oriental y también Berlín Este, pero como es lógico, nunca he experimentado personalmente – con mis sentidos – lo que significa crecer en ese país, criarse allí, vivir la caída del Muro de Berlín y saborear por fin la libertad, en el sentido de libertad para viajar o disfrutar de los derechos civiles.

    Hemos conocido a muchas personas que tenían unos veinte años cuando cayó el Muro de Berlín y les pedimos que nos contaran su experiencia. Estas historias son muy diferentes entre sí, incluso a veces opuestas. Pero no hemos incorporado ese detalle ni en el guión ni en la película, tampoco en los diálogos ni en las escenas, pero nos dieron seguridad para escribir el guión y dirigir la película. Nos convencieron de que estábamos contando una historia sólida y coherente.

    LA CALIDAD NARRATIVA DEL ATREZZO
    Algunos detalles tienen una gran importancia para mí, como por ejemplo la calidad del atrezzo. Yo creo que el atrezzo tiene que ser correcto y no presentar arbitrariedades en relación con el desarrollo cronológico de la historia, que está determinado por acontecimientos como la unión monetaria y la caída del Muro de Berlín.

    UTILIZACIÓN DE MATERIAL DE ARCHIVOS DE NOTICIAS
    Lo mejor es que no tuvimos que rodar ni una sola toma nueva. Lo único que teníamos que hacer era insertar el material de archivo del que disponíamos en un contexto diferente. Ya sabes lo fácil y rápido que es manipular las cosas con imágenes y un comentario ligeramente diferente. Para empezar, esto me hace dudar de la veracidad de las imágenes en su contexto original y de cuánta verdad contienen las películas.

    COMEDIA
    No quería que Good Bye, Lenin! fuera una burla. Todo el mundo tiene opiniones diferentes sobre lo lejos que puede permitirse llegar una comedia, en el mejor sentido de la palabra, y sobre el punto en el que se convierte en una payasada y una tontería. En mi opinión, una buena comedia es aquella en la que los personajes que nos hacen reír no creen estar riéndose de sí mismos, cuando la última cosa que deseamos es cambiar sus vidas por la nuestra, cuando nos sentimos felices de que sean ellos los que estén pasando por todo eso y nosotros podamos sentarnos a observarlos y alegrarnos de no estar en su piel. Una buena comedia siempre se asienta en unos cimientos muy serios.

    ELEMENTO TRAGICÓMICO
    Todavía me emociono cuando veo la escena en que Ariane le cuenta a su hermano en el cuarto de baño que ha visto a su padre, que ha reconocido su voz – y nosotros lo vemos simultáneamente en forma de un breve flash back. Cuando su hermano le pregunta qué le dijo a su padre, ella responde: “Que le aproveche y gracias por elegir Burguer King”. Es una escena realmente tragicómica.

    MALA SUERTE EN EL PLATÓ
    Hacía diez años que la familia no visitaba la granja, así que tenía que presentar un aspecto descuidado. Sin embargo, es muy difícil encontrar una granja que sea fotogénica y en la que las hierbas hayan crecido sin control durante diez años. Por eso, tuvimos que ponernos manos a la obra dos meses antes para que un jardinero plantara todo tipo de hierbas silvestres. La primera vez que intentamos rodar en la granja se puso a llover y nosotros necesitábamos un bonito día de finales de verano. La segunda vez, una horda de jabalíes había arrasado el jardín la noche anterior destrozando todo lo que habíamos plantado. Este es el tipo de contratiempos que sufrimos. Nos pasaban cosas así todos lo días.

    Y lo peor para un director es que no puede darse por vencido. Has alcanzado un cierto nivel de calidad a lo largo del rodaje en determinados momentos y se lo debes a los fantásticos actores y al fabuloso equipo; no puedes decir: “Estamos teniendo tanta mala suerte y tantos contratiempos que vamos a dejar de tomarnos esto en serio”. La película perdería calidad y precisamente en un momento clave de la producción. Hay que ser muy persistente y constante e insistir en que se mantenga la calidad.
  • La nueva Alemania
    Cuando Alex Kerner asistía asombrado al lanzamiento espacial del cosmonauta Sigmund Jähn, Matthias Kalle acababa de ingresar en la guardería en Alemania Oriental. En la actualidad, el escritor y columnista tiene 27 años y una visión propia del país que cambió radicalmente en 1990.
    Por Matthias Kalle


    Entonces pensé que quizás me había vuelto loco porque no tenía sentido: un esquiador se estaba preparando para saltar. Vestía un traje azul y algo que se suponía que era una especie de bigote y en la esquina izquierda de la pantalla de la televisión aparecían las siglas “DDR” (RDA).

    Le pregunté a mi madre qué significafa “DDR” y me contestó: “DDR significa Deutsche Demokratische Republik, es decir, República Democrática de Alemania, sabes…” Sí, sabía lo que era o al menos lo sabía en la medida que un niño de nueve años podía saberlo en 1984: la República Democrática de Alemania prefería que los Juegos Olímpicos de Invierno se celebraran en Sarajevo que en Alemania Occidental, el país en el que yo vivía, conocido por la extraña abreviatura BRD (RFA). Estaba deseando comprender, así que le pregunté a mi madre qué significaba BRD. También lo sabía: “Significa Bundesrepublik Deutschland, es decir, República Federal de Alemania”. Pero todavía había una cosa que yo no comprendía: “Pero, mamá”, dije, “siempre he creído que nosotros éramos los democráticos, nuestro país es el que debería llamarse República Democrática Alemana”. Y mi madre contestó: “Sí, así debería ser”.

    El tipo vestido de azul y con una especie de bigote ganó la competición de salto, pero me dejó indiferente. Todavía seguía muy confuso.

    Unos años más tarde, en 1986 o quizás 1987, mi madre y yo fuimos a visitar a mi padrino a Berlín Este. Era profesor en la universidad. En los años setenta se había marchado a Berlín a estudiar. Según me contó mi padrino, mucha gente había hecho lo mismo. Berlín tenía algo especial, incluso David Bowie e Iggy Pop se trasladaron a la ciudad para combatir su adicción a las drogas, lo que no tenía mucho sentido.

    Fuimos en coche por la autopista A2 a Helmstedt y después a través de una carretera secundaria. Cuando era niño, en una ocasión fui con mi madre a un safari en alguna parte al este de Westfalia. Teníamos que quedarnos en el coche y pasar con él junto a las jirafas y las cebras. Recuerdo que fue un aburrimiento, hubiera preferido ir al cine.

    Y por aquella carretera fue algo parecido: había que quedarse en el coche e ir mirando pequeños tractores y las tiendas Interspar. Recuerdo que fue divertido y triste, emocionante y terrorífico al mismo tiempo, casi como el cine. En la frontera con Berlín Este, un policía del pueblo nos pidió los pasaportes y tuve que hacer un esfuerzo para no reír a carcajadas de lo ridículo que me parecía que nos trataran como si fuéramos enemigos públicos. Aunque tengo que admitir que también tuvo cierto toque de glamour.

    Una noche, mi madre mi padrino y yo fuimos a la Puerta de Brandenburgo, o al menos lo más cerca que se podía llegar, al fin y al cabo, era un muro. Subimos a una plataforma para ver Berlín Este e hice un descubrimiento muy interesante: entre el cartel que indicaba el final de Berlín Oeste y el comienzo de Berlín Este había un terreno de nadie. No había nada en él. Le pregunté a mi padrino a quién pertenecía ese terreno, pero él, a pesar de que era profesor en la universidad, no lo sabía. “Si así son las cosas”, anuncié felizmente, “si ese terreno no es de nadie, a partir de hoy se llamará Kallelandia” y me proclamé Rey. En ese momento no sabía que acababa de anexionarme la Franja de la Muerte, no sabía mucho de leyes en aquella época.

    Un año después, me hice comunista. Mis argumentos eran apasionados y directos: contra la explotación del proletariado, por la redistribución de los recursos de producción y por un aumento de mi asignación porque me quería comprar una bicicleta. Mi madre opinaba que no era necesario que me hiciera comunista porque podía permitirse comprar una bicicleta, pero se negaba a discutir ese tema. Tan sutil como era, grabé en el pupitre del colegio: “¡Alemania debe morir para que podamos vivir!”

    Y lo cierto es que Alemania murió, pero nadie se dio cuenta. La fecha de defunción fue el 9 de noviembre de 1989. Me senté frente al televisor, tal y como había hecho durante los Juegos Olímpicos de Invierno, y vi a la gente bailar, reír y llorar en el Muro. Los días posteriores al 9 de noviembre, la gente salió a la fuerza de la RDA y arrasó los almacenes KaDeWe, H&M, las tiendas porno, McDonald’s, BILD y Malboro, en la RDA que el 3 de octubre de 1990 también dejó de existir. Unos días después, fui con un viaje escolar a Berlín, pero era una ciudad diferente de la que había conocido con mi padrino y el país también era distinto. Íbamos recorriendo las calles como sonámbulos –mitad dormidos, mitad despiertos- y también con cierta arrogancia: puede que tuvieran los mejores esquiadores, pero querían vivir como nosotros. Ya no me gustaba Berlín y me alegré de volver a casa una semana después, al Oeste, a la República Federal de Alemania, al país que conocía pero que ya no existía, al igual que la RDA.

    Había vino espumoso Trabis y Rotkäppchen y cigarrillos f6 y todavía estaba Helmut Col en el poder. En 1992, cuando se celebraron los Juegos Olímpicos en Barcelona, ya no existía la RDA y en un momento dado los ingleses se marcharon también de la ciudad. Cuando era pequeño, mi madre decía que habían venido a protegernos y a cuidarnos.

    Durante diez años, di tumbos por la nueva Alemania pero en realidad nunca estuve allí. Estudié en Leipzig y trabajé en Munich. Hace dos años, me trasladé a Berlín pero no me quedé demasiado tiempo, algo no iba bien.

    Matthias Kalle nació en 1975 y es periodista. Sus columnas se publican en el periódico Tagesspiegel todos los domingos. En el verano de 2003, Kiepenheuer & Witsch publicó su primer libro

Trailer: La calle de la amargura